El aderezo

El inspector Vidal contemplaba el cadáver de la joven tirado en el suelo del despacho, los ojos mirando al vacío, con la expresión de quien sabe que va a morir. La experiencia de treinta años en el cuerpo de policía, le decía que había tenido una muerte lenta, consciente de lo que le ocurría y dolorosa. Pero eso ya lo confirmaría la autopsia.

Hacía una hora alguien llamó diciendo que había encontrado a su amiga muerta en el despacho del casal, perteneciente a una de las fallas más importantes de Valencia. Aquello iba a ser un notición y había que tratarlo con cautela.

—¿Quién la encontró? —preguntó el inspector Vidal a su ayudante Ramírez.

—La encontró aquella joven de allí. Se llama Ana. Dice ser amiga de la víctima —dijo señalando hacia la joven sentada en una silla, tapada con una manta, sosteniendo un vaso en sus manos y mirando al suelo con la mirada perdida

—¿Qué sabemos de la víctima?

—La amiga nos ha contado que se llama Julia, veintidós años, soltera, sin novio. Las dos eran falleras de esta falla desde niñas. ¿Quiere hablar con ella ahora o la citamos en comisaría? —preguntó Ramírez sin saber muy bien lo que podía pasar por la cabeza del inspector Vidal. Aunque era un hombre serio, meticuloso en su trabajo, estricto con las leyes y persona que hablaba poco de su vida personal, a Ramírez le gustaba trabajar con el inspector Vidal. Se acercaron a la joven. El inspector cogió una silla y se sentó junto a ella.

—Buenas tardes. Soy el inspector Vidal. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita algo? —La joven negó con la cabeza— ¿Puedo hacerle unas preguntas? —Ella asintió. —¿Me puede contar cómo encontró a su amiga? —Ella levantó por fin la vista del suelo y sus ojos cobraron vida.

—Entré en el casal buscando una cosa que había perdido. Me dirigí hacia los baños y al pasar por al lado de las mesas almacenadas debajo del altillo donde esta el despacho, un goteo llamó mi atención. Encendí la luz de esa zona y vi que una de las mesas estaba manchada de algo que caía del techo. Subí y me encontré a Julia tirada en el suelo. Había mucha sangre, no supe qué hacer… —Por las mejillas de Ana comenzaron a rodar las lágrimas. Empezó a ser consciente de que nunca volvería a reír con su amiga, no se divertirían más juntas y no volverían a contarse confidencias. Su amiga ya no existía.

—¿Dónde estaba sobre las quince horas? —El inspector Vidal era consciente de que estaba empezando a derrumbarse y tenía que hacer las preguntas clave.

—Estaba comiendo en la carpa con el resto de la comisión —Cada minuto que pasaba la mente de Ana se iba nublando como reacción a lo que había visto.

—¿Tenía su amiga una relación con alguien? —Ana negó— ¿Había discutido con alguien? —volvió a negar.

—Una última pregunta y la dejo tranquila — ¿Qué estaba buscando?

—He perdido una pieza de mi aderezo.

—¿Una pieza de su aderezo? —El inspector Vidal preguntó extrañado. No tenía claro qué era lo que estaba buscando la joven.

—Si, un alfiler que va en el moño de detrás —dijo girando la cabeza y enseñándole el moño— como este —le indicó un alfiler dorado con la cabeza en forma de flor, con perlas blancas y en el centro una granate.

—Gracias por su ayuda. No la molesto más —Ana quiso sonreír pero solo logró una mueca de tristeza.

El inspector se levantó y se dirigió hacia donde estaba el cuerpo. Se quedó parado en el marco de la puerta mirando el pequeño despacho revuelto. En ese momento levantaban el cadáver. El forense se acercó a él y le entregó una bolsa de plástico cerrada, diciendo que lo había encontrado en la mano de la joven. El inspector lo miró atentamente y pudo oír a su espalda a Ramírez decir: ¡caso resuelto!

Miró hacia atrás buscando a Ana. La joven que acababa de interrogar abrazaba a un joven que lloraba desconsolado. Algo en aquella escena llamó su atención. Bajó las escaleras a paso ligero y se dirigió a ellos.

—Perdone, soy el inspector Vidal. ¿Podemos hablar? —El joven se despidió de Ana y se dirigieron al otro extremo de la sala.— ¿Conocía a Julia?

—Estábamos saliendo —Vidal recordaba que Ana le había dicho que la fallecida no tenía a nadie en su vida.

—¿Cuánto tiempo llevaban saliendo?

—Tres meses. No lo sabía nadie y menos Ana. Queríamos esperar un poco; ver cómo nos iba.

—¿Está seguro de que nadie sabía de su relación, ni siquiera Ana, la mejor amiga de la víctima?

—Por Ana era por quien lo manteníamos en secreto —El inspector arqueó una ceja. El joven hizo una pausa, pensando cómo decir aquello— Verá… Ana siempre ha estado enamorada de mi. Yo nunca me fijé en ella, pero ella siempre estaba detrás. Julia no quería hacerle daño a su amiga. Se resistía a admitir que me quería… que nos queríamos. Estábamos seguros de que el día que Ana se enterase dejarían de ser amigas.

—¿Dónde estaba a las quince horas?

—En la carpa, con toda la comisión.

El inspector Vidal le dio las gracias y se despidió del joven dándole su pésame.

—Un caso fácil de resolver. Todo encaja: Ana se entera de que su mejor amiga estaba saliendo con el amor de su vida y la mata —zanjó Ramírez.

—Demasiado fácil. Volvamos a la escena del crimen a ver que encuentra la científica.

Cuando llegaron al despacho, el inspector les preguntó si habían encontrado algo que fuera interesante. Le mostraron una huella junto a la gran mancha de sangre. Era la punta de un zapato, pero no había más huellas del calzado, parecía que se hubiera descalzado. Por el tamaño pertenecía a una mujer. El inspector Vidal miró por la pequeña ventana que daba a la calle y contempló a la gente que se había concentrado en la puerta del casal, curiosa por saber qué había pasado.

Con paso decidido se acercó a Ana. Se quedó mirando su calzado, unas deportivas. Le pidió que le enseñara las suelas. Estaban limpias.

—¿Se ha cambiado en las últimas horas de calzado? —preguntó el inspector.

—Sí, claro. Esta mañana llevaba unas espardeñas. Cuando hemos terminado el pasacalles me he cambiado —Un alboroto el la puerta llamó la atención del inspector y de Ana. Una mujer hablaba muy alterada con el agente que no la dejaba pasar— ¡Mamá! —gritó Ana. El inspector hizo una señal al agente para que la dejara pasar. La mujer se acercó corriendo y abrazó a su hija. Esta, llorando en los brazos de su madre repetía: “Es Julia mamá, es Julia”. El inspector, dando un paso atrás observó atento la escena estudiando los gestos de madre e hija. Algo llamó su atención, pero tenía que ir con cuidado.

—Perdone señora, ¿podemos hablar?

—Sí, claro —contestó la madre de Ana con voz serena.

—¿Cuándo vio a la víctima por última vez?

—Pues no se… Me imagino que sería en el pasacalles.

—Su hija nos ha dicho que después del pasacalles se ha cambiado de ropa y calzado. ¿Usted también?

—No, yo no me he vestido de fallera, llevo la misma ropa que esta mañana.

—Necesito ver las espardeñas de su hija y las suyas, si no le importa.

—No hay problema, mire las mías primero, las llevo puestas —La mujer levantó el pie izquierdo y luego el derecho, el inspector se había agachado un poco para ver bien las suelas.

—Por favor, ¿se las podría quitar? Mis compañeros harán una prueba rápida y se las devolverán enseguida. —La mujer, con el ceño fruncido, se descalzó y le entregó las espardeñas. Mientras, Ramírez miraba atento. No entendía qué era lo que había visto el inspector. Tras unos minutos el inspector se dirigió a la mujer y le dijo que le acompañara, separándose un poco de Ana.

—Entonces estas son sus espardeñas, ¿está segura? —Ella asistió— Han encontrado sangre en las suelas y estoy seguro de que cuando la analicen será sangre de Julia. Es usted sospechosa. Me cuenta ahora lo que ha pasado o lo hace en comisaría. Si colabora desde el principio todo irá mejor para usted.

—No se de qué me esta hablando. No puedo tener sangre en las zapatillas. En ningún momento me he acercado a Julia. Ver tanta sangre me marea…

—¿Le llamó su hija cuando encontró el cuerpo? —ella negó— Señora: acaba de confesar, solo el asesino y los que estamos aquí dentro sabemos que Julia ha muerto desangrada. —La mujer palideció. Se dejó caer en una silla mirando a su hija al otro lado de la sala.

—Qué estúpida he sido. Si, lo hice yo. Es tontería negar la evidencia.

—¿Qué pasó?

—Ayer, mientras todos estaban comiendo en la carpa, le mandé un WhatsApp a la persona con la que me veo a escondidas y le cité aquí. Estábamos en la parte de atrás, cuando entró Julia y nos vio. No dijo nada, solo se dio la vuelta y se fue. Estuve buscando el momento para hablar con ella. Ni mi marido ni su mujer podían saberlo. Era una aventura, sin amor, solo sexo. Hoy, antes de comer, vi que salía de la carpa. Todos estaban entretenidos con el aperitivo y organizando la comida. Cuando llegué estaba arriba, en el despacho, buscaba algo. Me vio aparecer y se puso a la defensiva. No quería hablar conmigo después de lo que había visto y me dijo que se lo iba a decir a mi familia; tenían que saber qué clase de mujer era. Ahí exploté, le di una bofetada y ella intentó clavarme algo que llevaba en la mano. Estiré el brazo y cogí lo primero que tenía a mano, el estandarte de la falla y se lo clavé… cayó redonda al suelo y como si estuviera viendo una película me quedé mirándola… no podía creer lo que había hecho… era como una hija… ella me miraba con los ojos muy abiertos llenos de miedo. Limpié el estandarte, lo dejé en su sitio y me fui intentando que todo fuera normal.

—¿Sabe con qué se quiso defender Julia? Se lo diré: con este alfiler del aderezo, que es el que perdió su hija. Y créame; con esto solo la hubiera arañado. Ahora nada será igual, señora.

 

3 comentarios en «El aderezo»

  1. Excelente relato, me mantuvo en vilo hasta el final. Definitivamente nada volverá a ser como antes, que manera de cerrar un cuento.

    Te felicito por tu forma de narrar, voy a pasarme a buscar otros cuentos en tu blog. ¿No has pensado en escribir un libro?

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