El bolso

La casa llevaba dos meses cerrada. Al abrir la puerta se sorprendió que siguiera guardando el olor al hogar donde se había criado. Olor a ropa recién lavada, a polvos de talco, al fresco de la casa siempre ventilada. Con un nudo en la garganta entró en la cocina esperando encontrarla entre pucheros preparando un buen cocido madrileño, pero no estaba… Siguió recorriendo el resto de la casa como un fantasma. Se detuvo en la pequeña salita; se quedó contemplando la silla de brazo donde se sentaba su padre; allí, junto a la mesa redonda y al calor del brasero, la pareja pasaba horas escuchando música de todos los géneros; desde una Zarzuela, pasando por la música clásica, tangos, boleros y los éxitos de los festivales de Eurovisón. Siguió deambulando por la casa fría, deshabitada desde hacía casi un año. Cuando su madre enfermó decidieron que era mejor llevársela a casa con ellos. Ella iba de vez en cuando a recoger el correo y quitar un poco el polvo; quería mantenerla recogida como a su madre le gustaba. Cuando llegó a la habitación de matrimonio se quedó apoyada en el marco de la puerta contemplando la estancia. Se sentía una intrusa invadiendo la intimidad de sus padres; pero tenía que hacerlo, no podía dejarlo por más tiempo. Tenía que empezar a vaciar la casa, se le rompía el corazón por tener que deshacerse de lo que había pertenecido a las dos personas más importantes en su vida y cosas que le traían recuerdos de toda su vida. Con un suspiro abrió el armario y el olor a lavanda salió como una suave brisa. Con los ojos llenos de lágrimas empezó a sacar la ropa de su madre; cada falda y camisa le traían un recuerdo; acarició el abrigo negro de paño que apenas se había puesto; descolgó el traje que su madre se había comprado cuando ella se casó. Con el llanto desconsolado, agarrando entre sus brazos aquel traje, se dejó caer en la cama. No recuerda el tiempo que estuvo tumbada llorando. Cuando se calmó pudo ver desde su posición al fondo del armario un bolso. Sacó aquel bolso de marca, lo colocó encima de la cama y se quedó mirándolo; nunca se lo había visto a su madre. Se preguntaba de dónde había salido, lo cogió en sus manos y notó su peso. Algo le decía que no debía abrirlo, pero tenía que averiguar su contenido y si era de su madre. Aguantando la respiración abrió la cremallera y miró dentro; se veían paquetes cogidos con lazos de colores. Con la curiosidad de un gato sacó todo los paquetes, se fijó en que eran cartas antiguas pues el papel estaba amarillento; en el fondo del bolso había una caja de chapa. Al abrirla vio que estaba llena de fotos antiguas; una pareja sonreía a la cámara; llenos de vida se miraban como si no hubiera nadie más en el mundo. Reconoció que la joven era su madre. Pero quién era él, su padre no era. No entendía lo que aquel bolso le había revelado. Qué era todo aquello. Decidida a averiguarlo fue cogiendo los paquetes de cartas y ordenándolos por las fechas del matasellos. Cogió la primera carta y empezó a leer:

Mi querida María

Esto es más duro de lo que imaginaba. Hace frío, apenas tenemos para comer y lo que nos dan esta lleno de bichos, pero con el hambre que pasamos nos lo comemos sin rechistar. Todas las noches cuando me voy a dormir pienso en ti; tu sonrisa seductora; en tus besos …

Una tras otra leyó todas las cartas, llenas de amor y devoción hacia su madre, relatándole las penurias de estar luchando en el frente. Cuando cogió la última carta vio que no era como las demás, esta era un telegrama. Ana tuvo que leerlo dos veces para entender lo que decía, la tercera vez lo leyó en voz alta:

Sentimos comunicarle que su marido a fecha del 15 de marzo del presente año ha caído en combate, luchando por la libertad de España.

Madrid, a 30 marzo 1939.

Ana miraba todo aquel montón de cartas que le había revelado el bolso. Miles de preguntas saltaban a su cabeza. Pero la que más le dolía era por qué su madre nunca le había contado que había estado casada. Qué su padre era su segundo marido… Por un instante Ana se dio cuenta, aquel soldado había muerto quince días antes de terminar la guerra civil española y en esa época ella tenía un año… Aquel desconocido era su padre. Pasados unos minutos en shock, reaccionó y con delicadeza empezó a guardar las cartas en el mismo orden que su madre las había guardado tantos años. Las volvió a meter en el bolso. Ana cerró la puerta de la casa, llevándose el bolso con ella. Ahora era parte de su vida.

8 comentarios en «El bolso»

  1. Que bonito relato, El bolso…cuantos sentimientos encontrados en tan pocas palabras…te deja con ganas de más. Precioso….. felicidades Leo

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