Lucía ya sobrepasaba los cincuenta años. Con dieciséis conoció a su marido, Javier, y desde entonces no se habían separado. Más de cuarenta años juntos, pensaba Lucía en silencio mientras miraba el móvil, suspirando. Fuera donde fuera siempre lo llevaba cerca, daba igual que fuera en casa o en la calle, no podía y no quería separarse de el. Javier la miraba resignado; le había dicho más de una vez que tenía un problema de dependencia con el móvil, pero ella lo ignoraba sonriendo.
Lo tenía en modo vibración, así Javier no lo oía. Era su mundo y no quería que él entrase. En diez minutos podía mirarlo tres veces y cada vez que lo desbloqueaba, su corazón empezaba a latir más deprisa; mientras la aplicación se abría, miles de mariposas revoloteaban en su estómago. Cuando no tenía ningún mensaje su desilusión era tan grande que a veces quería ponerse a llorar. Pero cuando era al contrario su cara se iluminaba, su corazón latía desbocado. Aquel desconocido se preocupaba por saber cómo estaba o cómo llevaba el día. Le hacía preguntas sobre su vida: a que aspiraba de pequeña o cuál era la cosa más divertida que le había pasado… Lucía volvía a sentirse viva de nuevo, después de tantos años. Aquel hombre desconocido era su obsesión.
Lo has descrito como si lo volviera a revivir.
Porque es tan importante y te hace tan vulnerable que se preocupen por ti, alguien desconocido, que te puede hacer daño después?