Recuerdo a la abuela sentada a la fresca con el bastón en la mano, su eterna sonrisa y la mirada llena de historias vividas. Manos llenas de hijos perdidos y de hijos encontrados solos en el camino. Años de penurias, silencios obligados y miedos, que no le hicieron perder la sonrisa y seguir siendo diferente. La mujer sabía que multiplicó las legumbres y el pan como Jesús para dar de comer a su familia. Con los años todo fue cogiendo su camino de tranquilidad disfrazada. Fueron llegando los nietos, de los hijos propios y de los hijos recogidos. Nietos a los que sentar a su alrededor a la fresca y contarles historias disfrazadas de cuentos, como el de Caperucita donde el lobo eran los aviones del enemigo y Caperucita una niña con un vestido rojo a la que tuvieron que desnudar en pleno bombardeo. O juegos inventados como aquel en el que ganaba quien más piojos quitara. La abuela que siempre tenía un refrán en la boca para cualquier situación. En su ignorancia educó a sus hijos con sabiduría. Les enseñó a ser fuertes y nobles. A no bajar la cabeza ante nadie, porque en este mundo todos somos iguales. Hoy bajamos la cabeza para decirle adiós alguien que fue diferente.

MUY BONITO GUAPA
Gracias Marage.